Reunirse o morir


Un mundo futurista. Inmensos rascacielos, cubiertos de luces de neón y pantallas. Enormes arterias cortan la ciudad en fragmentos luminosos y coloreados. Mucho ajetreo, coches voladores minimalistas volando en todas direcciones. Ni un árbol a la vista. Todo está oscuro, muy oscuro, y las calles no son más que un reflejo de las numerosas pantallas en las que se reproducen una y otra vez los anuncios de tal o cua lproducto. No se puede escapar de ellos.

En este mundo hay castas. En la cima de la sociedad, viviendo a plena luz del día en estos edificios de cristal y metal, están los ciborgs. La élite de la sociedad. Todos los puestos de responsabilidad están reservados para ellos. Representan sólo el 15% de la población. Estos hombres "mejorados" llevan implantes en el cerebro que les permiten pensar mucho más rápido, gracias a la IA, tener una visión superdesarrollada y, sobre todo, no sentir emociones. ¿Por qué? Porque las emociones ciegan a las personas, haciéndolas pensar y actuar de forma irresponsable e impulsiva. Así que la mejor solución fue eliminar el aire cortical de sus cerebros que les permitía sentir emociones a la edad de 6 años. La clase media está formada por robots humanoides, los servidores de los ciborgs. Ocupan puestos de poca responsabilidad, como asalariados en empresas, dependientes en tiendas o incluso basureros. Viven en las profundidadesde la ciudad, relegados a las cloacas desde hace varias décadas. No tienen acceso a la superficie. Se ven obligados a vivir en viejas minas y alcantarillas, convertidas en una ciudad subterránea. Se les considera parias porque son capaces de sentir emociones. Los jóvenes cyborgs no tienen conocimiento de los humanos que viven en las  profundidades de la ciudad, y los jóvenes no pueden subir a lasuperficie, ya que las autoridades de la ciudad se lo prohíben. Sin embargo, oculto a la vista, en un callejón de la ciudad, hay un túnel que da acceso a esta ciudad subterránea. Un ciborg corría despavorido por las calles de la ciudad. Se suponía que no debía sentir ninguna emoción, y sin embargo podía. La ablación de su área cortical probablemente había sido mal hecha, porque podía reír, llorar y estar alegre. Por supuesto, intentaba camuflar estas habilidades para parecerse a todos sus congéneres. Ni siquiera sus padres, seres de frío metal, sabían nada de su hijo. El joven ciborg giró por un callejón y llegó a la entrada de este túnel. Aunque conocía esta ciudad de memoria, nunca había puesto un pie delante de esta boca. Entró en el túnel, teniendo cuidado de no salirse de la luz de neón mientras se adentraba unos metros en el tubo de hormigón.

A través de la lluvia y el ruido del tráfico, oyó un sollozo. Alguien lloraba a lágrima viva en este túnel. Pero el ciborg tenía miedo a la oscuridad y no se atrevió a ir a ver quién lloraba a pocos metros de él. Tenía la boca pastosa y, cuando intentó hablar, surgió de su boca un gorgoteo inteligible. Carraspeó de nuevo.
Una respiración entrecortada le respondió.
"¿Por qué lloras?", preguntó el ciborg.
"¿Quién eres?", respondió una voz temblorosa.
"¿Y quién eres túentonces?, espetó el ciborg, irritado porque el desconocido lerespondiera con una pregunta.
"No soy nadie. Se supone que no sabes que existo".
"Bueno, aquí estamos, de todas formas no voy a volver a verte, ¿me equivoco?", intentó decir con calma el ciborg.
"No te equivocas", respondió la voz, riendo a pesar de sus incesante sollozos. "Sólo soy un humano".
"¿Un humano?", repitió el ciborg. "¿Qué es eso?".
Una carcajada clara le respondió: "¿Qué clase de pregunta es ésa? Realmente no te enseñan nada en la superficie, ¿verdad?".
"¿Puedes responder a mi pregunta en vez de reírte?"
"Vale, vale, lo siento, pero era tentador. Para facilitarte las cosas, un humano es un ciborg que siente emociones".
"¿Así que soy humano?", preguntó inocentemente el ciborg, justo antes de controlarse.
"Espera un momento. ¿Eso significa que sientes emociones?", preguntó el otro con curiosidad.
"Guárdate eso para ti. De todas formas, no sé qué aspecto tienes, y tú tampoco sabes quién soy".

El silencio le respondió. "¿Sigues ahí?", preguntó el ciborg, preocupado.

Un movimiento a su derecha le hizo retroceder. Su corazón empezó a latir más deprisa, tanto que lo único que oía era su sangre golpeándole los oídos. Una mano salió lentamente del túnel."Tengo miedo de la ciudad y de la luz", dijo el humano. "Pero quiero ver quién eres", añadió. La mano y la voz temblaban de miedo, y el ciborg, sin saber muy bien por qué, agarró la mano extendida y la apretó. Era cálida y suave, y movió todo el cuerpo del joven ciborg. Sus dedos se entrelazaron y el  Hombre soltó una risita.

"¿Cómo te llamas?", preguntó el humano.

"Huérfano, ¿y tú?", respondió el ciborg.

"Euridile, recuerda", murmuró el Hombre antes de desatar sus manos y hundirse en el túnel. Sus pasos se alejaron, puntuados por las gotas de lluvia que golpeaban el túnel.

Mientras Huérfano permanecía aletargado, sacudido por este encuentro, xtendió la mano y escuchó:

"¡Espérame, Huérfano, volveremos a encontrarnos en el mismo lugar, pero esta vez tú descubrirás mi oscuridad y yo tu luz!


Diez años más tarde, los humanos protagonizaron una guerra de guerrilla en la superficie.

Ya no sorprendía oír estallar las bombas dinstaladas en coches ni ver los cadáveres de humanos y ciborgs mezclados a un lado de la carretera. La ciudad que antaño había sido magnífica y resplandeciente ahora no era más que caos y desolación. Los jóvenes ciborgs fueron llamados a luchar para defender la ciudad de los rebeldes. Ophan se había alistado, a diferencia de su familia, que había huido. Entre los escombros, el caos, las cenizas y el polvo, Ophan fue desplegado para apagar la llama de la rebelión. Una docena de rebeldes estaban dispersos entre los escombros, con las armas cargadas y apuntando a los ciborgs. El líder se enfrentaba al ciborg. Era muy alto, moreno, herido y tenía unos llamativos ojos azules. Ophan apuntó con su arma al desconocido, pero fue incapaz ded isparar. El hombre levantó la mano, como había hecho una década antes, y dijo en un susurro que sólo Ophan podía oír:


"Te dije que volveríamos a vernos a la luz del día".


Sonó un disparo. Un grito de "¡Euridile! El hombre se desplomó, herido en el pecho. Todo quedó en silencio, y Euridile dijo, a pesar de su respiración cada vez más agitada:


"Ves,, tú has entrado en mi oscuridad, y yo he entrado en tu luz...".


El hombre dejó escapar un suspiro y sus orbes azules desaparecierontras sus pesados párpados.

Lentamente, se desprendió de su cuerpo mortal. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ophan, su arma, aún humeante, le quemaba la piel, del mismo modo que la mano de Euridicle, diez años antes.


Detrás de él estaba el túnel de su encuentro. Efectivamente, se habían vuelto a encontrar.


OPHAN

La rosa del pollito


Esa noche, el vacío desolado de nuestra Tierra destruida se abatía pesadamente sobre la llanura.

Esteban paseaba por las colinas, con los brazos colgando, la espalda encorvada y la mirada húmeda, dirigida hacia las escasas estrellas que lograban salir de sus oscuros escondites.

La luna bailaba lentamente en el fresco aire de medianoche, llevando consigo mil olores que golpeaban bruscamente las fosas nasales del joven. Cada fragancia de metal y óxido le recordaba cruelmente la ausencia del delicado perfume de las flores que una vez pudo percibir en una clase de biología.

Mientras observaba el horizonte grisáceo a lo lejos, comenzó a susurrar suavemente: "Ningún color..., ninguna flor..., ninguna alegría... Es tan triste ver solo chatarra y desechos".

Ell joven sacó de su bolsillo un pequeño frasco de vidrio envuelto en un hermoso lazo azul, en el que se encontraban los restos de dos pétalos de rosas marchitas. Los había cuidado con esmero durante demasiado tiempo, tanto que se negaba a que el frasco saliera del bolsillo de su pantalón.

Observando de cerca su precioso tesoro, el niño comenzó a girar lentamente enla colina, dejando que el horizonte escuchara algunos suaves murmullos, tratando de hacerlos audibles a pesar de los gritos de los robots centenarios.

Se sentó sobre una piedra grisácea y sintió que su aliento se cortaba una vez más al contemplar esa desolación. Volvió a murmurar en voz baja: "Un día, estos campos de desechos y tierra reseca florecerán con mil especies de plantas de olor embriagador. Lo prometo..."

Un aliento frío y poderoso golpeó sus pequeñas mejillas, haciendo temblar todo su cuerpo. Secó sus pocas lágrimas, dejó la piedra que le servía de trono y rápidamente dirigió sus pasos hacia unos senderos estrechos.

Regresó lo más rápido posible a su casa y se metió en la cama antes de que sus padres notaran su ausencia. Esteban, que así se llamaba el niño, se refugió en sus sueños más profundos bajo una manta bien gruesa. Se imaginaba descalzo, corriendo sobre una alfombra de hierba suave. En su sueños se dejaba envolver por nubes livianas, perdiéndose en las praderas exuberantes llenas de campos tapizados de flores.

Al día siguiente, muy temprano, su madre le dijo con voz tierna: "Pollito, despierta cariño. Es la hora".

El niño se giró pesadamente bajo la manta y abrió sus párpados con dificultad. Una línea azulada e hinchada debajo sus ojos negros atestiguaba su escapada nocturna. Pasándose delicadamente las manospor el cabello, se sentó en su cama dejando que sus piernas, cortas aún por su edad, flotaran sobre el suelo. Con la mirada perdida, colocó mecánicamente sus pies en las zapatillas y se sentó en la mesa familiar.

Apenas había comido un pedazo de pan caliente y bebido unos sorbos de leche, cuando el reloj del salón comenzó a moverse al dar la hora, haciendo temblar con su sonido las paredes arcaicas de la casa.

"¡Corre a la escuela, pollito, vas a llegar tarde!" exclamó su madre.

"Sí, mamá", dijo con voz calmada.

Esteban agarró rápidamente la mochila, se puso los zapatos y desapareció bajo las aún débiles luces de los faroles. Mientras se abría paso entre la basura, sus ojos fueron deslumbrados por una luz poderosa y brillante que emanaba de una modesta caja metálica, contrastando con la oscuridad del alba.

Cuando la abrió, un escalofrío recorrió su cuerpo.Tenía frente a él uno de esos delicados robots-flor que habían funcionado antes de la gran devastación. Antes, estos recorrían praderas coloridas, sembrando detrás de sí miles de semillas que brotaban en primavera. Estos pequeños robots habían permitido en el pasado que los campos se vistieran con mil y un colores deslumbrantes.

Intrigado por esta reliquia, pollito tomó meticulosamente el robot entre sus manos y sintió la textura fría del metal en sus dedos inquietos.

Pensó en voz alta: "¿Por qué los robots-flor ya no funcionan hoy en día? Y sin embargo, todavía se encuentran en el suelo de vez en cuando..."

Mientras los demás niños se dedicaban a sus clases habituales, Esteban se sumergió en la tarea de entender mejor el funcionamiento de aquella maravilla mecánica. Manipuló con cuidado los cables desgastados y reconectó los circuitos dañados. Con paciencia, limpió los pétalos empañados por el tiempo, esforzándose por ofrecerle a este objetos útil su esplendor original. "¡Qué hermoso es este objeto!", dijo apasionadamente.

Pasó oras enteras descifrando los esquemas y los códigos ocultos del autómata, de modo que el crepúsculo poco a poco envolvió el horizonte, iluminando con su tierna luz el rostro decidido del niño. La noche se volvía cada vez más oscura.

De pronto, el robot emitió un pequeño sonido estridente.

Sorprendido, el niño retrocedió un paso soltando un grito de terror. Sin tiempo para entender, sintió un inmenso dolor abatirse sobre su pecho. El corazón de Esteban se retorció, luego se transformó en un torbellino de sufrimiento insoportable. Su aliento se cortó mientras su ser parecía desgarrarse desde dentro. Sus manos se posaron instintivamente sobre el pecho, tratando en vano de contener la agonía que lo inundaba. Un calor ardiente emanaba de su pecho, haciendo que el metal que lo rodeaba se fundiera de inmediato. En un espasmo de dolor, cayó al suelo, con los ojos revueltos por la violencia de la sensación que lo estaba atravesando. Su mente se vio inundada por una tormenta de sensaciones contradictorias, visiones borrosas, sonidos discordantes... Su corazón, lentamente, se fue desligando de su cuerpo mortal y uniendo al del robot. Este, súbitamente, se puso en marcha, esparciendo múltiples flores por los senderos, las colinas y los campos circundantes. Luego, regresó junto a su inocente sanador y le ofreció un ramo de rosas, adornado con una simple cinta azul. Bajo mil pétalos, pollito voló hacia los cielos, dejando atrás una nubede flores cuyo delicado aroma despertó a las estrellas dormidas.